domingo, 19 de junio de 2011

Dios


Luego de la fiesta de Pentecostés, del Dios Espíritu Santo, la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad: el Dios uno y Trino. Es el Dios uno con tres Personas. Durante el tiempo de la Pascua, recientemente finalizado, hemos celebrado el triunfo redentor del Dios humanado, la Segunda Persona de esa Trinidad Santa: el Hijo. Este nos ha revelado, con su predicación y con su misterio de Pascua, al Padre, cuya voluntad de salvación ha cumplido. Así, a la vez, nos ha hecho partícipes de la divina naturaleza, al convertirnos en hijos del Padre Dios. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios, pues quien lo ve a Él puede conocer al Padre; a la vez, es quien nos ha enviado al Espíritu Santo, a fin de que podaos ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Y ser testigos, significa demostrar, revelar, contagiar la vivencia y experiencia que cada uno de los creyentes tiene del Dios presente en sus corazones.
Dios, uno y trino: un misterio que no podemos descifrar, pero que sí podemos asumir con la fe. La fe no es un mero acto intelectual, sino un empeño existencial que involucra la persona del creyente: se entra en comunión con el mismo Dios que nos da su vida y su amor. De hecho así se nos da a conocer a través de las páginas de la Biblia. Es el Dios de la vida: porque la ha creado, haciéndonos además, imagen y semejanza suya; luego del pecado, nos ha rescatado con su nueva creación, convirtiéndonos en hijos del Padre Dios y nuevas criatura; para santificarnos con sus dones a fin de que podamos llegar a ser perfectos como el Padre Dios es perfecto.
Es el Dios del amor. Así nos lo relata la misma Biblia. Amor que todo lo puede: desde perdonarnos hasta llevarnos al encuentro definitivo con Él. Toda la revelación del misterio de amor es una manifestación del Dios que es amor. Así nos lo presenta Juan en su primera carta. Dios es amor. Por eso, podemos decir que hemos creído en el amor. Amor que hizo realidad una promesa de salvación. Para ello nos amó hasta el extremo, al enviarnos a su Hijo para que todos podamos alcanzar la vida eterna. Amor que nos consuela y nos sostiene con su gracia y su sabiduría para que podamos caminar en la novedad de la salvación.
Al conmemorar la fiesta de la Santísima Trinidad, sencillamente, tenemos la oportunidad de reafirmar nuestra fe en Dios. Esto lo hacemos profesando el credo; pero ante todo con nuestro propio testimonio de vida. Así nos lo enseña Pablo: con la alegría de  sentirnos en comunión con Dios, trabajando por nuestra perfección y viviendo en la paz que nos llega por Cristo. Esa es la manera como podremos alcanzar la salvación y librarnos de la muerte sin fin de la eternidad.
En esta solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos invita a saludarnos mutuamente como nos lo enseña Pablo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes”. Amén.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

martes, 14 de junio de 2011

A LOS SEMINARISTAS DE LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL


¡SALUD Y PAZ EN EL SEÑOR!
Queridos hijos:
En Venezuela, la fiesta de Pentecostés, con la que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio apostólico es el día del Seminario. Por tal motivo, quiero saludarles a todos ustedes con el cariño del pastor. Es una hermosa oportunidad para reafirmar los vínculos que siempre deben existir entre los miembros de la comunidad formativa del Seminario y el Obispo. Sirva, pues, esta ocasión, para reiterar mi aprecio a todos y cada uno de ustedes, y animarles a seguir adelante en el proceso formativo y de discernimiento vocacional en el que están actualmente.
La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo y de la mayoría de edad de la Iglesia. Desde ese momento, con el entusiasmo apostólico, los discípulos se lanzaron a la apasionante tarea de la evangelización, de la cual nosotros somos herederos. El Espíritu Santo, prometido por Jesús a sus discípulos, llenó con sus dones a quienes debían comenzar la tarea de edificar la Iglesia, predicar el Evangelio y extender el Reino hasta los confines de la tierra. A partir de entonces, Él se ha hecho presente en la Iglesia, pues es el protagonista de la misión, con la que se hace sentir la fuerza salvadora de Jesucristo en todo el mundo.
En Venezuela, los Obispos de hace muchos años atrás tomaron la decisión de que en Pentecostés se celebrara el día del Seminario, precisamente para recordar que en el cenáculo de cada seminario se debía repetir la acción de ese Espíritu Consolador. De hecho, cada uno de nuestros seminarios es un cenáculo, donde un número de discípulos del Señor está discerniendo acerca de su vocación sacerdotal. Para ello, se requiere la iluminación del Espíritu que secunda la obra de los formadores y la actitud de discernimiento de cada uno  de los seminaristas.
Por tal motivo, en este día del seminario del año 2011, además de saludarles y animarles a abrir sus mentes y corazones a la acción del Espíritu, quiero invitarles a que siempre mantengan viva en cada uno de ustedes la llama del Espíritu Santo. Con Él, no sólo madurarán la respuesta a la llamada de Dios, sino que se irán conformando cada vez más como testigos valerosos del evangelio de Cristo. Hoy el mundo requiere de cristianos decididos; por tanto también de sacerdotes decididos, pero en el ejercicio de su ministerio: con celo apostólico, caridad pastoral y una vida según el Espíritu, adornada por los carismas de la diocesaneidad y fraternidad sacerdotal.
No dejen de aprovechar este tiempo del seminario para entablar una profunda amistad con el Espíritu Santo: así podrán sentir la luz de su sabiduría y la fortaleza que es la clave para la perseverancia. No olviden que el día de la ordenación sacerdotal recibirán la gracia del mismo Espíritu que los marcará y los configurará a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote para toda la vida. No dejen de hacer sentir que el Seminario es el cenáculo de nuestra Iglesia local de San Cristóbal: allí deben ir experimentando la gracia de Dios que les llama, el amor a la Iglesia, la centralidad de la Palabra y de la Eucaristía, las lecciones de la caridad fraterna… para que, madurando en su proceso formativo, puedan llegar a ser los sacerdotes que el corazón de Cristo quiere para su pueblo.
Les bendigo y les saludo con afecto de padre y pastor. Los encomiendo a la maternal protección de María, madre de los sacerdotes, que tuvo una especial vivencia del Espíritu Santo. Ella sea el modelo de lo que significa para todos una vida según el Espíritu.
                   +Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal.
San Cristóbal, 12 de junio del año 2011. Fiesta de Pentecostés.

domingo, 12 de junio de 2011

CON EL ESPIRITU SANTO…


Pablo VI, refiriéndose a la efusión del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, dijo lo siguiente: “Aunque Cristo después de la resurrección se ha hecho invisible a nuestros ojos, no por eso dejamos de sentir que él vive con nosotros; sentimos su respiración. Llamo respiración de Jesucristo a la efusión del Espíritu Santo”. Este pensamiento del Siervo de Dios Pablo VI nos permite entender la importancia de la fiesta de Pentecostés. No es sólo el recuerdo de la venida del Espíritu Sobre el Colegio Apostólico. Es algo más: el Espíritu se convierte en el protagonista de la misión que Jesús les ha encomendado a sus discípulos. Y así, hace sentir la presencia viva del Resucitado en medio de todos.
La fiesta de Pentecostés viene a ser la fiesta de la mayoría de edad de la Iglesia. Jesús les ha enviado a evangelizar hasta los confines de la tierra, y los discípulos ahora sienten la fuerza del Espíritu que les ha llegado de una manera particular. Con esa fuerza, no sólo son capaces de realizar la misión de evangelizar , sino que hacen sentir la presencia viva de Jesús, en cuyo nombre actúan.
Esto es necesario tenerlo en consideración. Ciertamente que se requieren de métodos y expresiones muy humanas. Pero la acción de los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, es manifestación de “su respiración”. Es decir, manifestación de que sigue manifestándose como Palabra Viva y como salvador de la humanidad, gracias a la acción del Espíritu que da decisión y valentía a los discípulos.
Lo que celebramos el día de Pentecostés es eso: como el Espíritu nos concede su fortaleza y sus dones para poder actuar en nombre de Jesús, hacer presente su Reino de salvación y hacer que la Palabra se sienta como lo que es, Palabra de vida. De igual manera, con la presencia y acción del Espíritu, se garantiza la eficacia verdadera de la acción evangelizadora, cual es que aumente el número de los discípulos, que éstos sean capaces de vivir el bautismo y profundicen las enseñanzas del Señor.
Por otra parte, como nos lo relata el evangelio, los discípulos en el mismo cenáculo recibieron al Espíritu para que fueran capaces de vivir en la paz de Cristo. Vivirla y edificarla, como lo recuerdan las bienaventuranzas. Pablo nos enseña que la Paz de los creyentes es la que viene del mismo Cristo: es decir, la comunión con Él y con los hermanos, vivida en el amor. Con el Espíritu Santo, los creyentes pueden hacer realidad este mandato de paz. Para ello, edifica la unidad en el amor y se manifiesta con la riqueza de sus dones. Los dones son para el beneficio del pueblo de Dios y para la propia santificación de los creyentes.
Celebramos la fiesta de Pentecostés: es la fiesta de la acción decidida del espíritu en medio de nosotros. Es la fiesta en la que reavivamos nuestro compromiso apostólico, sabiendo que todo lo podemos hacer en nombre de Jesús, gracias al Consolador, al espíritu que nos ilumina, nos guía y nos sostiene. Con Él, seguimos sintiendo la “respiración” del Resucitado, que vive y nos hace caminar en la novedad de vida.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

miércoles, 8 de junio de 2011

SI A LA VIDA, NO AL ABORTO.


Fiel al evangelio y en plena comunión con su Señor, la Iglesia defiende la vida. Por eso, no sólo proclama el Evangelio de la vida, sino que también lo convierte en compromiso ineludible a través de sus actos. Para todo discípulo de Jesús, en la dinámica evangelizadora que le es propia, la defensa de la vida, en todas sus manifestaciones, constituye un deber irrenunciable. El derecho a la vida, fundante de todos los derechos humanos, es el más importante de todos. De allí que para quien profesa la fe en Cristo y es miembro de la Iglesia no hay ni excusa ni argumento que les exima de no actuar a favor de la vida.
Desde esta perspectiva, queremos reafirmar la doctrina eclesial en defensa de la vida naciente y en contra del aborto. No puede haber ambigüedad en esta postura. Hoy, encontramos a quienes suelen decir que esta postura de la Iglesia está desfasada y pasada de moda. Sin embargo, aunque haya críticas, incomprensiones y hasta burlas sarcásticas contra quienes sostienen la doctrina eclesial a favor de la vida y en contra del aborto, hay que mantenerse firmes y en plena fidelidad al evangelio de la vida.
Es de todos sabido que, por ser un crimen abominable, el aborto es “un pecado reservado” al Obispo. Es decir, quien lo comete debe confesarlo al Obispo para alcanzar la reconciliación con Dios. Para favorecer al penitente, los Obispos pueden delegar a los sacerdotes para absolverlo. Siempre se recomienda aconsejar con firmeza y actuar con misericordia: así se reafirma la gravedad del aborto, pero se hará sentir la misericordia de Dios quien no quiere la condenación del pecador, sino que se salve. En el coloquio del acto sacramental de la confesión, como en la catequesis y en la predicación de la Iglesia, hay que dejar bien claro que el único dueño de la vida es Dios; y que el aborto es un crimen abominable que se perpetra contra una criatura inocente e indefensa. Es, a la vez, un menos precio de marca mayor hacia la grandeza de la maternidad.
Pero, hay una situación que debemos tener presente: generalmente cuando se habla del aborto, se suele cargar las tintas sólo sobre las mujeres que se han sometido a dicha praxis. Aún más: quienes suelen ir al confesionario son sólo las mujeres que han abortado. Acuden llenas de temor, con gran sentimiento de culpa y arrepentimiento. Por eso, con actitud de pastor bueno, el confesor ha de atenderla como Jesús hizo con tantos pecadores: purificándolos y haciéndoles sentir la fuerza liberadora del perdón; al igual que con aquella adúltera que querían apedrear y a quien le dijo “no peques más”. En el diálogo pastoral con ellas hay que subrayar la gravedad de su falta y cómo hay que repararla con una actitud en defensa de la vida.
Sin embargo, poco se habla de la responsabilidad de quienes promueven y colaboran con el aborto. También el padre de la criatura, si sabe que la madre va a abortar o la induce al aborto está cometiendo ese pecado. Muchas veces, son hombres casados que embarazan a una mujer que no es su esposa, o también hombres que lo hacen con alguna mujer y que obligan a las madres de sus hijos a abortar porque su “honor”, su “fama” o su “condición social” se ponen en peligro. Ellos también deben confesar su grave y abominable pecado. Además, a esto se añaden las amenazas y coacciones que debilitan la libertad de las madres de sus hijos. Lo mismo hay que decir de los papás y las mamás de adolescentes y jóvenes que han quedado embarazadas, a quienes las obligan al aborto, para así “mantener limpio el apellido y la fama de la familia”. Esos padres que así actúan, como también los padres irresponsables que inducen a las madres de sus hijos al aborto han roto la comunión con Dios. Se convierten en protagonistas del asesinato de una vida inocente. Es, como lo enseña la Iglesia un “pecado reservado”.
Si lo antes expuesto es grave, lo resulta más la actitud de los médicos y colaboradores que auspician, realizan y promueven el aborto. Son más de los que nos imaginamos. Hay quienes lo hacen recomendando un determinado tipo de pastilla o medicamento con efectos abortivos. Otros lo realizan en sus consultorios privados. Lo hacen sin ningún escrúpulo y con un claro afán mercantilista, ya que se lucran con el asesinato de un inocente. Lo mismo dígase de aquellos establecimientos médicos donde se practican abortos: sus dueños y quienes participan en dicha praxis son cómplices claros de asesinatos de vidas inocentes.
Lamentablemente en nuestra región existen médicos que se dedican a esta praxis. Hay que decirles claramente que están en contra del plan de Dios, fuera de su comunión y de la comunión eclesial. No importa si son grandes especialistas, personas de relieve en la sociedad y hasta se presentan como “devotos católicos” amigos de sacerdotes y de la Iglesia. Ellos tienen que convertirse y reconocer su pecado, también “reservado” al Obispo.
Junto a la decidida defensa de la vida, hemos de ser claros en lo que a la vida naciente se refiere. El rechazo y la condena del aborto no pueden tener ningún tipo de excepción. De allí que los cristianos católicos proclamemos el Evangelio de la vida y exijamos que nuestra legislación venezolana no abra brechas en contra de la defensa de la vida (es decir, a favor del aborto y la eutanasia). Es un compromiso que surge por ser seguidores del Dios de la vida y del amor. Hace algún tiempo, en una pared en Caracas leí un “graffiti” que puede ayudar a entender porqué debemos luchar en contra del aborto y a favor de la vida: “Sólo puede defender el aborto, aquél que no murió abortado”. Ojalá esto lo tengan en cuenta todos los que defienden, promueven y realizan la praxis del aborto.
+Mario Moronta R.,

lunes, 6 de junio de 2011

EL RESPETO POR LOS SIMBOLOS E IMÁGENES RELIGIOSAS.


Todo ser humano expresa sus sentimientos a través de gestos y símbolos. De igual manera, la vida con sus acciones, riquezas y esperanzas, se va manifestando por medio de símbolos: un apretón de manos, un saludo, un abrazo, un regalo, una carta… Del mismo modo, representamos simbólicamente en figuras (cuadros, retratos, fotografías, esculturas…) el reconocimiento que tenemos hacia personas. Ello nos permite algo más que un simple recuerdo: hacemos que se siga considerando en el presente le ejemplo, la enseñanza y la obra de quien es representado.
En el plano de lo religioso, el símbolo juega un papel importantísimo. Con él, el creyente puede recordar y reafirmar su fe en Dios. El símbolo puede revestir carácter de rito, cuando con acciones y oraciones se alaba a Dios, o se acepta una manifestación de su Poder. En otras ocasiones, el símbolo es expresado mediante gestos: el saludo de la paz, dar la bendición, arrodillarse… Pero también encontramos otros símbolos que nos recuerdan en forma de imágenes la persona divina, o la de alguien que ha llevado una vida de coherencia y de santidad que hay que imitar (La Virgen María, los santos…) Todos estos símbolos tienen una connotación especial. Incluso se les llega hasta considerar “símbolos sagrados”.
Precisamente por esta razón, son símbolos y signos que le dicen mucho a la gente. A lo largo de tiempo han ido teniendo un particular reconocimiento y su significado ha alcanzado un amplio sentido de aceptación y de respeto. Sobre todo por lo que ellos significan para los creyentes. Puede ser que algunos malinterpreten las representaciones de Dios, María y los Santos, indicando que serían ídolos. No lo son, pues sencillamente no se les adora, sino que ser les reconoce su significado0 y su instrumentalidad para motivar el espíritu religioso de no pocos creyentes. Por eso, por lo que son y por lo que les dicen a los creyentes, merecen nuestro respeto. Más aún, también respeto a los fieles creyentes que ven en ellos un signo eminentemente religioso.
Hemos podido ver en la prensa y por los noticieros audiovisuales lamentables hechos de violencia y destrucción de algunas imágenes religiosas en algunas partes de nuestra nación. No sabemos quién o quiénes puedan haberlo hecho. En todo caso, no hay ningún tipo de justificación para ello. Las autoridades competentes deben actuar con diligencia para conseguir a los autores y hacer que, con toda justicia, asuman sus responsabilidades. Lo requiere la misma paz social que debe promoverse en nuestras comunidades.
En este sentido los creyentes debemos tener ojo avizor. Acá nos encontramos con ataques a símbolos importantes y que, en algunos casos, revisten relevancia histórica, cultural y artística. Todos juntos, pastores y fieles, hemos de estar pendientes para que no se repitan estos hechos. Pero hay que tener también en cuenta lo siguiente: vivimos en un momento de la historia que está signado por el secularismo y por un cierto afán de prescindir de Dios. Todavía más: se ha ido perdiendo o prescindiendo del temor de Dios. De allí que nos encontremos con hechos como los señalados y con otras cosas peores: el terrorismo, el sicariato, la guerra, el relativismo ético, el tráfico de seres humanos, el narcotráfico y tantos otros atentados contra la vida y la dignidad humana… ¿No son ellos también producto de la falta de temor de Dios?
Tenemos que preocuparnos y exigir acciones contundentes contra estos actos de irrespeto e irreverencia contra las imágenes religiosas. Es necesario hacerlo sentir a todos. No falta quienes se rasgan las vestiduras exigiendo una mayor intervención de la Iglesia. Pero, ¿se habrá rasgados las vestiduras cuando se han dado publicidades que atentan contra el sentido de lo religioso? ¿Lo habrán hecho cuando publicidades de “afamadas gaseosas” hicieron burla de la Eucaristía para vender su producto? ¿O habrá exigido un “frente” de defensa de la fe ante la cantidad inmensa de programas televisivos que ridiculizan a sacerdotes y religiosas o desvirtúan el hecho religioso? Si irrumpir violentamente contra las imágenes es un atentado contra la fe religiosa de un pueblo, también lo es –y quizás más- cuando se menosprecian los valores religiosos, personajes representativos y contenidos fundamentales de la fe cristiana. De igual manera, hay que llamar la atención hacia quienes se dicen cristianos y luego emplean otros tipos de símbolos que van en contra de la propia fe: amuletos, tarots, horóscopos…
Es urgente enfrentar las situaciones que han acontecido y que se refieren a las imágenes religiosas. Pero, al hacerlo es también urgente que promovamos con una decidida acción evangelizadora el temor de Dios. Este nos llevará no sólo a respetar las cosas sagradas, sino también de una manera muy particular lo más sagrado que existe, luego de Dios: la dignidad de la persona humana.
+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.