sábado, 28 de abril de 2012

Emprende hoy su camino como Diácono, Leward Fernández


Por su singular carisma y evidente vocación al servicio de Dios y de la Iglesia, hoy la familia de Diario Católico se complace en felicitar a Leward Abel Fernández Araujo, fiel colaborador del rotativo; quien hoy  sábado 28 de abril, se ordenará como Diácono, en la Parroquia “Nuestra Señora del Carmen” de Pregonero a las 10 de la mañana.

Nacido un 12 de febrero en Maracaibo y criado en un hogar cristiano, Leward Fernández decide atender el llamado de Dios e  ingresa al Seminario Diocesano Santo Tomás de Aquino en octubre del 2003; culmina sus  estudios de Filosofía y en 2007 recibe la imposición de sotana y es enviado a realizar su experiencia de año de Pastoral en Diario Católico, donde el mismo Leward asegura haber tenido una experiencia única que lo ayudó a crecer como persona y en la vocación a la cual Cristo lo llamó.
En cuanto a su vida de estudio del sacerdocio, comenta que  “es el mismo Cristo quien llama a la vocación sacerdotal, el cual tiene un camino que se puede decir es largo, pero considero que si es para servir a Cristo y para predicarlo, es un tiempo que en definitiva se aprovecha; y lo más importante es que durante nuestra estadía en el Seminario,  aprendemos a conocerlo para poder después predicarlo; pues de nada valdría que se predique a Cristo, sin conocerle”.
Este joven seguidor de Dios, quien hoy avanza en su camino como servidor de la Iglesia Católica, viaja a Roma en agosto del 2008, llegando  específicamente al “Collegio Sedes Sapientiae” y estudia la Sagrada Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, para posteriormente, en diciembre del 2009, recibir la admisión a las Sagradas Órdenes.
“Experiencia maravillosa, pues la oportunidad de estudiar en Roma durante tres años, en una universidad perteneciente a la Prelatura del Opus Dei, fue muy fortificante porque me ayudó a crecer como persona, y en la vocación a la cual he sido llamado y a la que  hoy más que nunca doy un  sí definitivo a Cristo”, manifiesta Fernández.

Una etapa de servicio
Cabe destacar que Leward Fernández tuvo la oportunidad de servir el 24 de marzo del 2011 a Su Santidad Benedicto XVI en la Misa de Pascua. Y en julio de ese mismo año regresa a Venezuela  para recibir el encargo de ser colaborador en la Parroquia “Nuestra Señora del Carmen”, de Pregonero, en el municipio Uribante del estado Táchira, donde hoy inicia su nueva etapa como Diácono.
Labores que ha desempeñado con humildad y vocación, obtenidas por la gracia de Dios, pues asegura que la ordenación que hoy recibe como Diácono, se basa principalmente en el servicio.
Lo más importante que hoy recibe, afirma, es el configurarse con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
En cuanto a las diferencias entre el sacerdocio y lo que es ser Diácono, explica Fernández que en el sacerdote es Cristo quien se hace presente en él, al momento de llevar a cabo los sacramentos, al momento de celebrar la Eucaristía o de Confesar, mientras que el Diácono vienen a ser un ayudante del Sacerdote, una mano derecha.
Por lo que dentro de las nuevas expectativas que el neo diácono tiene para esta nueva etapa de su vida, está el querer profundizar en  su trabajo pastoral y  ser un fiel servidor de Dios y de quien lo necesite en la tierra.
Sin embargo, como todo joven formado bajo principios y valores familiares y cristianos, su deseo de aprender y seguir formándose no termina aquí, ya que durante la entrevista confesó que su deseo es estudiar: Comunicación Institucional, “lo cual dependerá de lo que Dios disponga y de si mi Obispo, monseñor Moronta, me envía a estudiar”.

Llamado de la vocación al Sacerdocio
Aprovechó Fernández para referirse al tema de cómo recibir ese llamado que hace Dios a ciertas personas en la tierra, quienes sienten o han sentido en algún momento que su vocación es ser sacerdote o religiosa.
“A los jóvenes quienes sientan esta inclinación  les digo, como lo decía el Santo Cura de Ars: la vocación al Sacerdocio es la aventura más apasionante que le puede tocar a un hombre en la tierra; se apasiona uno con lo que hace. Y por eso  les digo a las personas que desean y que sienten la necesidad de seguir a Dios, que lo hagan con todo el corazón, porque se trata de un llamado muy bonito y de una vocación, la cual para mí, es lo más bonito que me ha pasado en la vida”.
Finalmente, reiteró su invitación a todas aquellas personas quienes de corazón le quieran acompañar en el rito de su ordenación como Diácono en Pregonero; y a quienes no puedan asistir, pidió elevar una oración por él y por los sacerdotes que se ordenarán ese día, quienes vinieron a este mundo a predicar el evangelio de Cristo.

domingo, 22 de abril de 2012

Arquidiócesis de Caracas: Cardenal Urosa no ofendió a santería ni violó libertad de culto

CARACAS, 20 Abr. 12 / 04:09 pm (ACI/EWTN Noticias).- La arquidiócesis de Caracas (Venezuela) explicó que el Cardenal Jorge Urosa Savino no ofendió a los que practican la santería ni violó la libertad de culto en sus palabras hace unos días en la Basílica de Santa Teresa el pasado 4 de abril, Miércoles Santo.

En una nota de prensa enviada hoy a ACI Prensa, el Arzobispado responde a las acusaciones de un grupo de santeros contra el Cardenal por supuestamente haber violado el artículo 59 de la Constitución que protege la libertad religiosa.

El Arzobispado publica en la nota la transcripción completa de las palabras del Cardenal, en las que, respetando a las personas de otros credos, "el Cardenal Urosa invita a los católicos a conservar nuestra fe, pues una persona no puede ser católica y profesar otra religión al mismo tiempo".
"No hubo ninguna ofensa a los santeros. Ni se atropella la libertad de culto o de religión", indica la nota del Arzobispado.

A continuación la trascripción completa de las palabras del Cardenal del 4 de abril:
"No podemos ser santeros y católicos. ¿Entienden? A lo mejor a personas que están débiles en su fe los engañan diciéndoles que sí, Ud. puede ser santero y católico. No, señor. No se puede ser chicha y limonada al mismo tiempo ¿Ok? Eso lo entendemos todos. ¿Verdad? Bueno. La santería es una religión totalmente distinta a la religión católica.

Si uno quiere seguir a Jesucristo no puede estar creyendo en los orishas, ni en los babalaos, en no sé qué cuestión, ¿entienden? No se puede. Esa es una religión que no tiene fundamento.

Nuestra religión cristiana está basada en la persona histórica de Jesucristo, el Divino Nazareno, que murió por nosotros en la cruz y resucitó. Y que es precisamente el único, el único, en cuyo nombre nosotros podemos tener el perdón de los pecados y la salvación.

No podemos tener dos dioses, ¿entienden? Un dios allá y otro dios acá. No. Un solo Dios. Y este es el Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y Jesucristo en eso es muy, pero muy firme. No podemos creer, no podemos seguir a Dios y otros dioses. ¿Entienden? De manera que es muy importante.

YO RESPETO MUCHO A LAS PERSONAS QUE TENGAN OTRA RELIGIÓN. PERO SI TIENEN OTRA RELIGIÓN NO PUEDEN SER CATÓLICOS. Y si somos católicos no podemos estar yendo a seguir una religión distinta. Como no podemos, ¿qué se yo?, estar creyendo en María Lionza, ni creer en el espiritismo, ni podemos ser católicos y protestantes al mismo tiempo. ¿No es cierto? Bueno.

No se puede ser católico y santero al mismo tiempo. Y si nosotros tenemos una religión grande, hermosa, bella, extraordinaria; de salvación, de afirmación de la vida, de amor eterno que el Señor quiere comunicarnos, no podemos entonces irnos a seguir una religión distinta. Yo creo que esto es sumamente importante".

¿SERÁ UN FANTASMA?


El hecho fundamental del cristianismo está enraizado en la Resurrección. De hecho Pablo nos advierte que si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe. La Resurrección de Jesús es el culmen del misterio de la encarnación y de la redención del señor. Ella no es otra cosa sino la proclamación del evangelio de la vida que había proclamado y encarnado el mismo Señor Jesús. Pero, por ser un hecho insólito, no dejó de crear dudas y asombro. Los apóstoles y otros discípulos, como los de Emaús, habían oído hablar de una posible resurrección del Maestro luego de su muerte… pero el desconsuelo de lo ocurrido en el Calvario les había embotado la mente de tal manera que no habían tomado conciencia de que ello se iba a realizar.
Por eso, como lo relata Lucas, al aparecerse Jesús a sus discípulos y saludarlos con el saludo propio de los judíos “la paz con ustedes –shalom-“, se desconciertan. Era posible que uno pudiera sentir o figurarse la visión de un fantasma, pero no le podía suceder a todos. Sin embargo, dice el evangelista que se espantaron todos como si hubieran visto un  fantasma. Sin embargo, Jesús les habla con autoridad y les dice que no teman pues es Él de verdad, pues un fantasma no tiene carne ni huesos. A la vez, lo hace con una expresión que ya comienza a darle más solemnidad a su propia identidad: YO SOY.
Para garantizarles que todo era verdad, entonces les pidió comida y se puso a comer delante de ellos. Del asombro, pasaron a la aceptación de la fe, al abrirse su entendimiento y así comprender las escrituras. Posteriormente, el mismo evangelista Lucas referirá cómo identificó Jesús a quienes habían tenido la experiencia de su resurrección, así como la misión de anunciarlo: siendo testigos de su resurrección.
A lo largo de la historia de la humanidad, incluyendo los tiempos actuales, son muchos los que han disertado sobre la falsedad de la resurrección. No es fácil aceptarla si se va sólo con los criterios del mundo o de las ciencias humanas. Para muchos era una locura, para otros una estupidez, como también lo pensaban de la cruz y muerte del redentor. Hay quienes han dicho que es uno de los mitos mejor inventados de la historia de la humanidad y que ha sostenido a lo largo de los siglos la vida de la Iglesia… Pero no es así. De haberlo sido, la Iglesia no hubiera permanecido tanto tiempo. La Resurrección es el hecho culminante de la misión de Jesús. Con ella se inaugura la plenitud de los tiempos y toda la humanidad puede, entonces, participar de la nueva creación. La resurrección marca la Pascua de los cristianos, no como algo simbólico, sino como la realidad de donde nace la salvación y la liberación que convierte al ser humano en hijo de Dios.
Nosotros no creemos en un mito, nosotros no pensamos que Jesús , luego de su muerte, se apareció como un fantasma… Creemos que resucitó y con ese maravilloso hecho nos asoció a su Resurrección para así poder participar definitivamente de su triunfo pascual que nos dio la auténtica libertad, la de los hijos de Dios.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal

lunes, 9 de abril de 2012

La fe es el verdadero iluminismo

VATICANO, 07 Abr. 12 / 04:01 pm (ACI).- La fe es el verdadero iluminismo porque a diferencia del "iluminismo" de la Ilustración racionalista, ella es "una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz", dijo el Papa Benedicto XVI durante la solemne celebración de la Vigilia Pasucual en la Basílica de San Pedro este Sábado Santo por la noche.

A continuación, la versión íntegra de la homilía del Santo Padre durante la Vigilia Pascual este Sábado Santo:

Queridos hermanos y hermanas
Pascua es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo. «Ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios», dice Pablo en la Primera Carta a los Corintios (15,50).

El escritor eclesiástico Tertuliano, en el siglo III, tuvo la audacia de escribir refriéndose a la resurrección de Cristo y a nuestra resurrección: «Carne y sangre, tened confianza, gracias a Cristo habéis adquirido un lugar en el cielo y en el reino de Dios» (CCL II, 994). Se ha abierto una nueva dimensión para el hombre. La creación se ha hecho más grande y más espaciosa. La Pascua es el día de una nueva creación, pero precisamente por ello la Iglesia comienza la liturgia con la antigua creación, para que aprendamos a comprender la nueva.

Así, en la Vigilia de Pascua, al principio de la Liturgia de la Palabra, se lee el relato de la creación del mundo. En el contexto de la liturgia de este día, hay dos aspectos particularmente importantes. En primer lugar, que se presenta a la creación como una totalidad, de la cual forma parte la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un conjunto que se desarrolla en el tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día de la libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con las otras. Por tanto, la creación está orientada a la comunión entre Dios y la criatura; existe para que haya un espacio de respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor y libertad.

En segundo lugar, que en la Vigilia Pascual, la Iglesia comienza escuchando ante todo la primera frase de la historia de la creación: «Dijo Dios: "Que exista la luz"» (Gn 1,3). Como una señal, el relato de la creación inicia con la creación de la luz. El sol y la luna son creados sólo en el cuarto día. La narración de la creación los llama fuentes de luz, que Dios ha puesto en el firmamento del cielo. Con ello, los priva premeditadamente del carácter divino, que las grandes religiones les habían atribuido. No, ellos no son dioses en modo alguno. Son cuerpos luminosos, creados por el Dios único. Pero están precedidos por la luz, por la cual la gloria de Dios se refleja en la naturaleza de las criaturas.

¿Qué quiere decir con esto el relato de la creación? La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad.

Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe en virtud de la negación. Es el «no».
En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: «Que exista la luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva. «Que exista la luz», dice Dios, «y existió la luz». Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros.

Pero, ¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede llegar todo esto a nosotros sin que se quede sólo en palabras sino que sea una realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la profesión de la fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Fiat lux, que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega también para nosotros. Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora él te apoyará y así entrarás en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia antigua ha llamado al bautismo photismos, iluminación.
¿Por qué? La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo. Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo.

¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro iluminismo? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es el verdadero iluminismo, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.

Queridos amigos, quisiera por último añadir todavía una anotación sobre la luz y la iluminación. En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. 

Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.

El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo.

Roguemos al Señor en esta hora que nos haga experimentar la alegría de su luz, y pidámosle que nosotros mismos seamos portadores de su luz, con el fin de que, a través de la Iglesia, el esplendor del rostro de Cristo entre en el mundo (cf. Lumen gentium, 1). Amén.

domingo, 1 de abril de 2012

A MIS HERMANOS, LOS PRESBITEROS DE LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL.


¡Salud y Paz en el Señor!

El próximo 5 de abril, Jueves Santo, conmemoraremos la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Durante la Misa Crismal, renovaremos las promesas y compromisos sacerdotales, para seguir actuando en el nombre del Señor y al servicio del pueblo de Dios. Por tal motivo, quiero reafirmarles mi aprecio, amistad y fraterna comunión. Como bien lo señala el Concilio Vaticano II, Ustedes son mis “próvidos cooperadores” (L.G. 28) con los cuales, en la comunión del Presbiterio, realizo mi ministerio episcopal. Como nos lo enseña la Iglesia, Ustedes constituyen la primera preocupación del Obispo. El Santo Padre así lo destacaba en su reciente viaje a México: “No menos fundamental es la cercanía a los presbíteros, a los que nunca debe faltar la comprensión y el aliento de su Obispo y, si fuera necesario, también su paterna admonición sobre actitudes improcedentes. Son sus primeros colaboradores en la comunión sacramental del sacerdocio, a los que han de mostrar una constante y privilegiada cercanía”.

Desde esta perspectiva y mirando siempre el bien espiritual de todos y cada uno de Ustedes, les vuelvo a dirigir mi mensaje, con el ánimo de alentarlos y fortalecerlos en el ejercicio de su ministerio pastoral como Configurados a Cristo. En este sentido quiero recordarles unas palabras de Jesús durante la Última Cena, que, dirigidas a sus discípulos encuentran un especial eco en nuestras vidas: “ YA NO LES LLAMO SIERVOS… DESDE AHORA LES LLAMO AMIGOS” (Jn 15,15).

Como bien nos enseña el Beato Juan XXIII, en esto consiste nuestra vida: “es el secreto que explica nuestra existencia: la vocación, el sacerdocio, el apostolado. Jesús nos ha llamado a su entorno desde el silencio de los campos, desde los rumores mundanos de la ciudad, para revelarnos la ternura de su corazón, conducirnos por el camino de la virtud, hacernos frágiles cañas del desierto (Ez 17,34), columnas de su templo, instrumentos validísimos de su gloria”. Con esta hermosa descripción de lo que significa ser amigos del Señor, a Él unidos por la consagración sacramental, podemos encontrar todo un programa para nuestra vida sacerdotal.

No olvidemos que estamos llamados a actuar en el nombre del Señor. Esto no lo hacemos por ser profesionales o funcionarios de una institución religiosa. Lo podemos y hemos de hacer porque hemos sido asociados-configurados de tal manera a Cristo que hemos sido transformados en sus amigos. Esta realidad es la que, entonces, marca nuestro celo apostólico que nos debe distinguir como pastores preocupados por el rebaño a nosotros encomendados y que hemos de conducir a los pastos seguros del encuentro vivo con Cristo.

El Señor nos convierte en sus amigos más íntimos para así poder seguir realizando su obra de salvación en medio de la humanidad. Por eso, hemos de cultivar esa amistad con la oración, con la eucaristía, con la Palabra y con el encuentro de comunión continua con el mismo Jesús. Para ello, ciertamente, el Señor nos regala su gracia y la fuerza de su Espíritu. Una manifestación de esa gracia multiforme de Dios es la fraternidad sacramental. El mismo sacramento que nos convierte en amigos de Jesús nos hace hermanos entre nosotros. Y, como si fuera poco, el mismo Jesús nos da la clave para demostrar que somos sus amigos y discípulos: con el amor fraterno que debe expresarse en cada uno de nosotros sin distinciones y sin condiciones.

Desde ese amor fraterno damos testimonio de nuestra dedicación hacia todos los miembros del pueblo de Dios. Más aún, por ese amor fraterno que nos ayuda a superar tantas dificultades y a eliminar cualquier tipo de división entre nosotros, es como debemos ir al encuentro de los demás, a quienes hemos de atraer hacia el encuentro con el Señor Jesús. De verdad que quiero seguir animándolos en esto: la gente espera por nosotros, que los vayamos a buscar, a consolar, a formar, a contagiar esperanza. La gente espera de nosotros que le brindemos ejemplo, buen trato, testimonio de fe y caridad. La gente espera, con nosotros, caminar hacia el Señor, guiados por nuestra entrega generosa y alentados por nuestro celo apostólico.

No dejemos a un lado nunca la preocupación por los laicos. Muchos de ellos están trabajando con nosotros en nuestras comunidades; a otros hay que animarlos y formarlos; no pocos están alejados. Pero, de manera especial, pongamos nuestra atención en aquellos que son nuestros cooperadores y a quienes también tenemos que hacerlos amigos, como Cristo lo hizo con nosotros. El Papa Benedicto XVI nos lo ha recordado en su reciente viaje a México: “Y una atención cada vez más especial se debe a los laicos más comprometidos en la catequesis, la animación litúrgica, la acción caritativa y el compromiso social. Su formación en la fe es crucial para hacer presente y fecundo el evangelio en la sociedad de hoy. Y no es justo que se sientan tratados como quienes apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar en ella según su propia vocación, y el gran sacrificio que a veces les supone esta dedicación. En todo esto, es particularmente importante para los Pastores que reine un espíritu de comunión entre sacerdotes, religiosos y laicos, evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos”.

Les garantizo a todos Ustedes el continuo recuerdo en mi oración de pastor. De manera especial el Jueves santo, cuando ofreceré la Eucaristía por cada uno de Ustedes, así como por nuestros seminaristas. No dejen de orar por mí para que, superando mis deficiencias humanas, pueda seguir mi ministerio de servidor y testigo como pastor de esta Iglesia de San Cristóbal,  con la ayuda de la gracia divina.

Les saludo con afecto y les bendigo,

                                   +Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 31 de marzo del año 2012.

Silenciosos Orantes Santos Un “SOS” al cielo por más de un millón de jóvenes.

Emmanuel Arcia
arcia@me.com

Resumen:
En las siguientes líneas es presentada la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 en 3D. Son las tres dimensiones de más de un millón de almas: jóvenes silenciosos, jóvenes orantes y jóvenes santos. En modo especial la vigilia de oración en el aeródromo de Cuatro Vientos.

Palabras claves:
Santos, orantes, silenciosos, vigilia.Silenciosos Orantes Santos.

Un “SOS” al cielo por más de un millón de jóvenes.

La pasada, aunque actual en muchos corazones, Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011, la he vivido en 3D. Pero no son los efectos especiales del cine, sino las tres dimensiones de más de un millón de almas: jóvenes silenciosos, jóvenes orantes y jóvenes santos. Me refiero de modo especial a la vigilia de oración en el aeródromo de Cuatro Vientos. Iluminada con las luces del cielo: los rayos; bendecida con las gotas de agua: la lluvia; adornada con más de cuatro vientos: la tremenda tormenta; pintada por muchos artistas: la alegría en los rostros de los jóvenes; organizada por muchas mentes y manos: los voluntarios; reafirmada por las palabras del Santo Padre Benedicto XVI: “Yo espero aquí”; amparada por la mejor de las madres: la Virgen María; hecha posible por el Todopoderoso: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo.

Estando en camino hacia el aeródromo, bajo el sol sofocante, caminando por las calles que nos conducirían a uno de los eventos más importantes de la JMJ: la vigilia de oración con el Papa Benedicto XVI y al día siguiente la Santa Eucaristía; pude observar y hablar con muchas personas. Eran todas muy diversas en alturas, colores, idiomas, banderas, pensamientos, ruidos, etc. Pero tenían un único sentir: JESUCRISTO.

Recuerdo un grupo de italianos que caminaban —aunque parecía que corrían— y al mismo tiempo gritaban o cantaban al ritmo de aplausos en su idioma: ¡esta es la juventud del Papa! ¡Benedicto! Éstos se detuvieron bajo la refrescante agua que una niña, con la ayuda de un tubo, la vertía desde la terraza del sexto piso de un edificio. ¡Qué refrescante ese rocío! ¡Qué estupenda idea! ¡Qué buena fue esa niña!

Con un cielo lleno de grises nubes, el momento tan esperado llegó: el Vicario de Cristo, el Papa Benedicto XVI estaba con nosotros. ¿Quién contra nosotros? ¿El viento? ¿La tormenta? ¿La lluvia? ¡No, no, no! Nosotros estábamos muy seguros porque estábamos con Jesucristo. Nadie ni nada nos hizo dudar. Éramos más de un millón de personas; más de un millón de corazones palpitando sin cesar; más de un millón de almas; más de un millón de alegrías.

Cuando la tormenta comenzó, vi los rostros de las personas a mi alrededor; eran rostros que pintaban el horizonte gris con los colores de la alegría, del gozo, del regocijo. Probablemente más de uno estaba asustado por los rayos que iluminaban el firmamento, pero bromeábamos —con muchas sonrisas— diciendo que eran como “el flash de las cámaras fotográficas de los ciudadanos del cielo”, queriendo conservar algunas fotografías de nosotros.

A mi espalda, bajo una pequeña manta, había más de seis personas cubriéndose de la lluvia. Un poco más atrás, unos chicos disfrutaban cantando bajo la lluvia que venía a refrescar nuestra gran casa: el aeródromo.

No sé cuál de las dos tenía la razón, pero cerca, bajo una improvisada tienda hecha con mantas, en un grupo de californianas, una chica comentaban en voz alta y con tono jocoso a sus amigas, refiriéndose a la tormenta que teníamos encima: “...es reflejo que el demonio está enojado al ver tantos jóvenes con el Papa...” Otra chica le contradijo con tenaz tono convincente: “No es el demonio, es Dios que nos está bendiciendo...”

Después de la tormenta nuestro querido Papa Benedicto XVI inició la vigilia de oración delante del Santísimo Sacramento; y con Él, los mismos jóvenes que hace unas horas gritaban, cantaban y bailaban, se disponen a elevar un “SOS” al cielo con auténtica piedad y recogimiento. ¡Qué vigilia de oración!

¡Intenso momento inolvidable! Estando delante del Santísimo Sacramento, aunque fue un momento breve, parecía un momento tan largo y desmedido que no consideramos posible medirlo con reloj alguno. ¿Cuántas cartas habrá recibido Dios Padre?

¡Bendito silencio indescriptible! Estando en oración, solo emitimos “un gran ruido silencioso”; el cual solamente Dios fue capaz de escucharlo. Nosotros solamente oíamos las pocas gotas de agua que aún caían y golpeaban el suelo.

 ¿Cuántas conversaciones habrá tenido Dios Hijo?
¡Tantas experiencias imborrables! Estando en la presencia de Dios, todos los buenos propósitos, todos los buenos deseos, todas las inspiraciones... lo que nos sopló el Paráclito y aun conservamos en nuestra mochila. ¿Cuántos corazones habrá hecho arder Dios Espíritu Santo?

¡De la ruidosa tormenta a la paz! Estando guiados por Nuestra Madre la Reina de la paz, nuestro rumbo estaba con buena dirección y buenos vientos. Nosotros sólo sentíamos una “tormenta tranquila” que se veía en los muchos rostros felices. ¿Cuántas lágrimas de amor habrá contado la siempre Virgen María?

A primera vista puede parecer asombroso que alguien escriba sobre la JMJ, haciendo referencia a más de un millón de jóvenes como: silenciosos, orantes y santos. Sobre todo porque en las calles, parques y otros sitios donde se desarrollaron los eventos, no solían dar la impresión de ser ni silenciosos, ni orantes, ni mucho menos santos. Al contrario, parecían una gran cantidad de locos que se divertían, bailaban, cantaban y gritaban sin parar. Sin embargo, demostraron su deseo de ser santos, siendo orantes en medio del mundo, con un palpitar silencioso que, al mismo tiempo, dirigiéndose al cielo, sabe dar gritos de alegría para rendir gracias, solicitar ayuda e implorar perdón.

Domingo de ramos


Durante su vida pública, Jesús fue provocando muchas interrogantes. Así nos los dejan ver los diversos evangelistas al narrar los prodigios del Señor y al transmitirnos sus enseñanzas. La gran pregunta se centraba en quién era Él, con cuál autoridad actuaba… Se sospechaba que era un gran profeta. Por otra parte, Él siempre iba anunciando que había venido a salvar a la humanidad, para lo cual ofrecería su propia vida al Padre Dios. Los escribas y los sumos sacerdotes le acusaban de blasfemo, porque se autopresentaba como Hijo de Dios.
Al inicio de sus últimos días, el mismo Jesús entre triunfante en Jerusalén, donde lo reciben las gentes más sencillas. Se trata de aquellos a quienes no les cuesta entender ni aceptar las maravillas de Dios. Por eso lo aclaman cantando “Bendito quien viene en el nombre del Señor”. Los sumos sacerdotes y los dirigentes del pueblo comienzan a angustiarse un poco más, y comienzan a urdir el macabro plan de su eliminación, para lo cual deberán contar con los romanos.
Al igual que años atrás, cuando unos reyes venidos del Oriente preguntaron por el nuevo Rey, ahora es la gente sencilla del pueblo la que lo aclama como el rey que entra a la ciudad del Reino, es decir Jerusalén. Así se cumplen las escrituras y comienza a cumplirse la hora para la cual había venido. Posteriormente, durante la Última Cena, Jesús dirigirá una oración al Padre en la que precisamente reafirma la irrupción y llegada de la hora definitiva: “Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti” (Jn 17,1 ).
La entrada triunfal a Jerusalén, el domingo de Ramos, viene a ser la puerta de ingreso del Rey que va a terminar de cumplir la misión recibida. Para eso había venido Jesús para manifestar la hora de la revelación suprema, cuando se manifestará, desde su propia humanidad, como el Dios-con-nosotros que vino a servir y no a ser servido; esto es, que vino a cumplir con la promesa de salvación hecha a los primeros padres de la humanidad.
Ha llegado la hora: así lo reconoce la gente con hosannas y el batir de las palmas. Lo reconocen como el que viene en el nombre de Yahvé. Esto es, como el Mesías que va a realizar, de una vez por todas, la liberación plena de Israel y de la humanidad. La gente sencilla lo reconoce, como lo hicieron los pastores y los reyes magos ante el niño nacido en Belén. Y así como este hecho causó miedo e hizo temblar a Herodes, asimismo sucede ahora con los jefes del pueblo: por eso no leen el verdadero significado de esta entrada a Jerusalén. Esperaban al Mesías pero no lo reconocieron. De allí la urgencia que tenían entonces de matarlo a como diera lugar.
Al celebrar hoy la entrada a Jerusalén, acompañando al Señor con nuestros ramos, nuevamente podemos ver en Él manifestada la gloria del Padre y la suya: Dios que nos da la salvación y que nos da a conocer al Padre, con lo cual podemos alcanzar la vida. Así nos lo enseña el mismo Jesús: “Pues ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús, el Cristo” (Jn 173)
Esta conmemoración nos permite introducirnos en el espíritu de toda la semana santa y, a la vez, hacerlo con una actitud de fe: reafirmar que seguimos a Jesús, quien nos dio a conocer la gloria del Padre, porque Él mismo la reflejaba con su propia Persona. Así, podremos celebrar los diversos misterios de la Pascua del Señor con un corazón abierto para llenarnos de su fuerza liberadora y transformadora. Hoy volvemos a reconocer al Dios de la gloria, cuando cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.